Me duchaba … y mientras caía el agua sobre mi cuerpo pensaba todo lo que había sucedido de intenso durante este año para mi…
Realmente a “pura garra” lo definiría, pero llegando al final con una sensación de paz lo brindo.
No me quedó ningún “hubiera hecho»… y menos por miedo…
No viví nada que no volvería a elegir… ni siquiera las lágrimas ni los sustos, los desplantes y mucho menos la magia… nada.
De repente, suena el teléfono… y decido ir a atenderlo… apago la ducha, me pongo la toalla y casi mojada voy por el…
Miro el nombre de quien llama … y me pongo a llorar… era la mejor llamada que podía recibir en ese instante… sí, por lejos la mejor… y en vez de “hola” le digo “gracias”… y me pongo a llorar… y el Hombre solo me dice “Yo siempre recuerdo a quien me acompañó”.
…
Una mañana de Octubre, con unos truenos imponentes, y una lluvia que parecía se terminaba el Mundo, me llamo El, y yo que no sé decir que no si alguien necesita mi ayuda me metí en su baile… además cómo no hacerlo si me llamó llorando… y estaba lejos… y Beto necesitaba a alguien aquí en Montevideo.
Y así fue como acompañé a un verdadero Señor desconocido, en el momento más personal, íntimo y triste de su existencia… un día que duró un año, y un día que fue el aprendizaje mas grande de todo mi año…
Y así fue como ese desconocido se torno para mi en un lazo para siempre.
Y así fue que por ese desconocido rompí todas mis reglas de correcta conducta política, y un día en una casita de duendes eché a dos rudos Hombres, y me puse de escudo de ocho personas… ocho personas con una misma causa… tan noble como olvidada.
…
En paz descanses Ñecca