Lo común, lo normal, es tener un timbre en la puerta.
Quien venga te avise de esa forma que llegó y tu vayas y le abras.
Pero hace seis meses que vivo sin timbre.
No me morí por ello … digamos que «sobreviví a vivir sin timbre».
Mi perro ladró, mis oídos se agudizaron, las palmas de las personas sonaron y así se dio.
Pero en cierto momento me cansé de vivir sin timbre …
Y si alguien vino y no lo escuche? Y si lo conocía Aquiles y por ende no le ladró? Abre perdido una visita sorpresiva que me hubiera dejado feliz?
Pero … como hacía para retomar el hábito del estruendoso ruido de los timbres a mi existencia hogareña?
Y bueno … todo tiene solución y en una feria de antigüedades aparecen cosas bastante insólitas que solo basta saber valorarlas.
Y desde hoy tengo instalado mi nuevo «timbre» … que viene con historia incluida.