Tengo una reunión a las seis de la tarde, organicé mis cosas en torno a la misma.
Veinte minutos antes me la cancelan … un fastidio.
Plan B: salgo en bicicleta … un placer.
Tras hora y media por la playa, de regreso se me ocurre subirme a la vereda porque hay mucho auto por la calle … tonta de mí no me paro en los pedales para bajar un cordón muy alto y rompo la cubierta … un desastre.
Llego al bicicletero -antiguo vecino y protector de perros callejeros- y veo ha cerrado hace apenas tres minutos, toco el timbre igual … me recibe la bici … que suerte.
Empiezo mi caminata a casa … un deleite.
Pero … un tonto hombre doblando la calle por poco me lleva puesta por meterse del lado contrario … que fastidio.
Pasa un día, voy caminando al bicicletero por mi bici, huelo las flores de los jardines y el pasto mojado … una exquisitez.
Converso con el bicicletero (un encanto de persona), me subo a la bici, voy a clases de catequesis, salgo de clases, la tarde esta divina … pero muchos autos nuevamente por la «Avenida del Pueblo» y subo a la vereda para evitarlos … me distraigo un segundo y rozo con el manillar sin querer a un hombre … nos reconocemos al toque, nos reímos sanamente y nos decimos perdón.
Sigo mi rumbo a casa, vuelvo riéndome, me quedo pensando las vueltas que da la vida y que las enseñanzas de la calle superan ampliamente a las de la Universidad …