Algunas decisiones son tan dolorosas como cuando venís corriendo y te caes en la calle, te empieza a salir sangre de la rodilla, y ves literalmente las estrellas arriba de tu cabeza.
Otras son tan punzantes que las sentís en el pecho… porque existe el dolor en el corazón, y el que no lo haya padecido es porque aún le falta vivir sufrimientos grandes.
Otras son como bálsamos para el alma, y otras una manera maravillosa de recordarnos de que estamos viviendo y que el timón de nuestras vidas en última instancia siempre es nuestro.
Algunas decisiones son tan necesarias como el respirar.
Y otras tan oportunas como el cambiar de rumbo cuando todo va mal.
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Soy muy rápida para tomar ciertas decisiones que refieren a gustos e inspiraciones, pero muy lenta para otras donde tenga cabida mi corazón… no obstante, siempre termino tomándolas.
Porque entiendo que cuando en un momento dado y ante determinadas situaciones -que autodenomino “clics”- te das cuenta que no podes hacer absolutamente nada mas, o las cosas van para ciertos lados que no son los deseados, o ya has gastado demasiada energía en algo que no depende de ti, o tenes que jugártelas por algo, o tenes que cambiar algo… necesariamente por más que duela o te genere mucho miedo, te llega el momento de actuar, tomar una decisión y hacerte plenamente responsable de la misma.