Enciendo la computadora… veo el clima… no puede ser… en los próximos días tendremos vientos de los cuatro costados.
Pienso en que la energía irá y vendrá pero se mantendrá…
Voy a las ráfagas de velocidad… los vientos más fuertes son los que vendrán del oeste, por ende no del mar… en mi manera de concebirlos entiendo no limpiarán tanto el ambiente.
…
Me gustan las sorpresas en todo menos en una sola cosa, a la hora de saber cómo vendrá el estado del tiempo, allí soy absoluta y necesariamente precavida.
Porque tengo clarísimo un sinfín de cosas prácticas de mi vida van en relación al mismo (desde lavar la ropa, a como estará mi pelo, a como me vestiré, a cuantas veces sacaré a mi perro a pasear, a si dejare o no las ventanas abiertas en caso de que salga…)… así como también un sinfín de cosas inexplicables (mi estado de ánimo, mi energía, mi grado de concentración, mis ganas de salir o quedarme…).
En otras épocas, incluso, el viento (gran condicionante del estado del tiempo) era determinante de mi disfrute o no al bañarme en el mar por lo frío del agua, de si escucharía o no el ruido de los bocinazos de los buques cargueros, de si padecería olor de empresas u olor a campo, de si vislumbraría montañas o vería solo nubes en el horizonte.
Pero… hay algo que tengo muy claro, muchas veces el pronóstico cambia y la gente entiende es por culpa de los meteorólogos que la erran, pero para mí es que el estado del tiempo es el mejor ejemplo que aun pese a que muchos condicionantes y circunstancias demuestren que algo puede acontecer de una manera… puede suceder un cambio abrupto que determine que las cosas rumbeen de forma diferente.