Ponerse el chaquetón que te regalo tu abuela cuando tenías 15 años… porque sabes que será el único te va abrigar en el imprevisto que te pueda surgir… y que te queda a medida.
Calzarse unas botas que están hechas guasca pero que son muy cómodas… que adoras… y que te sirven para todo lo que queres a hacer.
Dejar el bolso porque queres andar de mochila… llevar allí lo mínimo indispensable sin prever que te podes mojar… robársela a tu hija… y cargarla con comodidad.
Elegir subirte a un ómnibus y hacer kilómetros.
Vivir lo desplanificado y darte cuenta que lo que te ilusionó y no salió fue la mejor opción para que reacciones…
Ponerte unos auriculares y escuchar tu reiterativa música…
Bajar en un sitio y querer caminar por más que te puedan ir a buscar… experimentar lo básico y que te miren en el camino como caída de la estratósfera… porque prima en ti el sentirte por fuera de todo lo que deberías de hacer en torno a tu situación…
Tener la convicción de tu coherencia… y entender que lo que no te cierra de los demás es la causa de su falta de coherencia… pero que no es tu problema.
Y sentir… sentir… sentir… que todo está alineado… dentro de la locura perfecta de tu vida… aceptando la imperfección de tu existir y disfrutándola incluso… tú que antes no te lo permitías… y además… reconcerte en esa persona
…
A veces pasan esas cosas… y generan sonrisas mucho más profundas de las habituales… porque salen de los recovecos más íntimos de la existencia.