Es sábado de mañana, tengo que ir a una reunión en un lugar lejísimo… y no tengo ganas de ir… la gente que ira es linda pero yo estoy engentada y sobre todo me siento triste y no tengo ganas de reír, de hablar ni de manejar.
A besos despierto a mis cachorras, se visten, desayunan, saco a pasear a mi perro… todo con un relentecer impresionante.
Nos subimos al auto… y éste no arranca… por un momento pienso que pereza la grúa el mecánico… pero enseguida me alegro y siento paz.
Invito a las gordas a andar en bici… yo las sigo caminando… y con ese mismo relentecer con que me levanté deambulo por las veredas de mi barrio.
Llegamos a casa y nos sentemos afuera… una se pone a leer un libro a mi lado y curiosamente ese libro habla de un tesoro en el mismo pueblito donde acabo de estar yo, la otra se sube a mi falda, me mira y al toque me pregunta qué me pasa… mientras la mayor me dice, “Mama no tenias ganas de ir a ese lugar, por que ibas a ir y nos ibas a hacer ir a nosotras? tu no sos la que siempre nos dice que solo hay un presente…”
Y yo que pensaba que las lágrimas se me habían agotado en estos días pasados… largo el llanto y soy consolada por dos niñas chiquitas, que me adoran que adoro y que en un cambio de roles impresionantes me acogen en sus brazos… al tiempo que les digo que lloro por la emoción de la sabiduría de sus palabras.
…
A veces somos tan sabios con la vida ajena y tan tontos con la propia vida…
Y yo hoy no tenía ganas de hacer nada… y eso hice… no hice nada… y yo hoy me siento triste…. y eso hice… dejar a mi tristeza vivir un día en mí… gracias a mi auto roto.