Estaba en un sitio, lejos de casa, con cuatro mujeres que no conocía de nada y un hombre que conocía mínimamente… los escuchaba y solo me daba para pensar y sentir que bien parada me sentía en mi vida, satisfecha con el camino recorrido, enamorada de la vida… y en paz.
En un momento, en un ejercicio, que no compartí espíritu pero si participe, te “sacaban la ficha” de quien eras en cuanto a tu personalidad… La verdad, no me sentí cómoda ni sacándosela a alguien -porque no me parecía esa era mi función, ni les había “visto” de verdad-, ni que me la sacaran a mí -porque no me conocían, y menos me podían ver o percibir en quien he sido y en quien soy.
Ese mínimo episodio, y lo que me dijeron -que no era precisamente lo que se quién soy o quienes bien cercanos a mí lo saben-, me hizo darme cuenta de todo el camino recorrido que tengo en los múltiples roles que he desempeñado en la vida, y el cómo me he entregado a cada uno de ellos en plenitud en su respectivo momento.
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Los capítulos, vivirlos, a pleno, por completo, y sin saber a dónde van….
Tomar conciencia que al tener la edad que tengo, al índice de vida de hoy, es casi la mitad de la existencia de mi vida si llego a viejita, por lo que me resulta maravilloso pensar cuanto me puede quedar por recorrer (simplemente) por vivir, tal cual he vivido.
Y así comprender, que lo que pueden parecer obstáculos son instrumentos… y lo que pueden ser lágrimas impulsarte como trampolines… y que el cerrar es la única manera de abrir… y el abrir, la única manera de vivir.
Si, las vueltas de la vida…. que si las recorremos con el fiel convencimiento de que estamos inmersos en cada una de ellas, son todas bienvenidas, por más que parezcan contradictorias, porque la vida es un suceso en el cual nada es estático, empezando por uno mismo y el propio crecimiento personal.