
Era un día de sol magnífico y yo estaba en el mejor momento de mi vida…. a conciencia y alegría.
Tan acostumbrada a moverme mediante determinados medios de transporte que me pareció extraño tener la necesidad de subirme a un tren, pero fiel a mis corazonadas (y mi valentía), cuando lo vi pasar no tuve dudas de llamarlo, pararlo y subirme en él.
Allí me encontré viviendo fuera del tiempo… es que en realidad el tiempo es un invento humano, y hay momentos y situaciones que pasan rapidísimo, otras eternas, y otras trascienden los movimientos del reloj.
Allí compartí con personas diferentes a mí que me enriquecieron mis perspectivas, con conversaciones de altísima calidad, con muchas risas, con historias crudas, con confianza, y sobre todo con una amplísima comodidad.
Esas personas desde el principio vieron y captaron mi libertad de pensamiento, palabra y omisión, y me lo hicieron saber como valorándome en alguien diferente, a quien respetaban por más que no opinara lo mismo que ellos.
Pero sucedió que vino una tormenta eléctrica, de esas que mueven hasta las vías del tren, y quedaron expuestas cosas que no me gustaban y me generaron incomodidad, y las expresé con respeto desde mi libertad.
Aún así no dude ni por un segundo no desear bajarme de ese tren, sino simplemente exponer lo que me incomodaba, para tal vez me pudieron ayudar a aclimatarme dentro de ese viaje.
Pero no siempre los otros están acostumbrados a la misma libertad, o a esa que expresa los sentires y las opiniones diferentes de uno mismo … de hecho no es la libertad la moneda corriente de las personas…. y la libertad por lo general incomoda.