Toda mi niñez la pasé profundamente enamorada de un niño mucho mayor.
El no vivía en Uruguay, por eso cuando venía para mí era como si saliera el arcoíris.
Como en esa época no tenía vergüenza … al pobre niño lo perseguía… le llamaba por teléfono, le invitaba a merendar, le proponía ir a andar a caballo… yo solo tenía 5, 6, 7, 8 años…
Qué paciencia me habrá tenido!
Recuerdo su voz, sus hoyuelos en las mejillas, su sobretodo verde oscuro, su porte.
Una vez pasaron un par de años sin verle, con Papa veníamos de Madrid y sorpresa me llevé cuando al bajar del avión -en el ómnibus nos llevaba al edificio del aeropuerto- iba él, e incuso fue él quien nos reconoció.
Ese día me ofreció su asiento… y me sentí una “mujercita”, me acuerdo yo tenía puestos unos vaqueros celestes finitos y una camisa de jean más gruesa.
…
Pero la vida a veces nos da sorpresas, y sorpresas no tan lindas nos da la vida…
No pasaron dos años de ese encuentro cuando un día Mamá me dilo que él murió, por no poder vencer una enfermedad.
…
Cada vez que revivo ese instante lloro, y cada tanto y tanto sueño con ese niño.
Es curiosa la vida, es inentendible también… vaya a saber qué hubiera pasado… vaya a saber por qué entre tantos niños me había fijado en él… vaya a saber si algún día me reencuentre con él en el Cielo.
Lo que sí sé es que pesar de mi corta edad, del unilateral sentimiento y de la falta total de lógica de dicha situación, él fue mi primer gran amor.