Cinco y treinta de la mañana me desperté…
No tenia sueño, tampoco estaba desvelada… simplemente no quería dormir mas.
Tras veinte minutos reflexionando qué hacer… decidí levantarme.
Me metí en la cama de una de mis niñas, ese olor tan rico de champú de bebé… pero salí enseguida… la iba a despertar y no era la idea.
Miré a la otra… dormía tan plácidamente… Siempre me dan ganas de abrazarlas cuando duermen, es el instante en que siento que las quiero con locura.
Los pájaros empezaron a cantar… bajé las escaleras, abrí las ventanas, saludé a mi perro, desayuné, me bañe, me puse una pollera con flores y colores, vi el pronóstico del tiempo, leí el diario…
Una profunda sensación de armonía y orden reinaba en la casa y en mí misma.
Tenía todo donde tenía que estar, era una manera encantadora de terminar un año largo… desde la cosa más tonta como tener el auto limpio y en perfecto estado, hasta lo más complicado como ni un solo trabajo pendiente.
Ni una persona con quien tuve un problemilla con quien no hubiera por lo menos intentado hacer las paces… y los necios adiós gracias, y realmente me sobraban los dedos de una mano para esas gentes.
Mis amigas más cerca que nunca.
Mis padres inmediatos, aceptándolos tal cual son, y aceptándome tal cual soy.
Y lo más importante… mi Sol y mi Luna sanas y felices.
Como corolario… un regalo… en un rato iba a ir a buscar a unos amigos que no veía desde hace mucho tiempo, a quienes quería con el corazón grande, y que formaban parte de una parte de mi vida tan linda y tan humana que reencontrarme con ellos me hacía sentir profundamente agradecida con la vida.
Basta ya de querer tenerlo todo… siempre faltan cosas…
Además… por suerte siempre faltan cosas… eso dan ganas de seguir caminando para cruzárnoslas…