Antes de Internet, yo esperaba a Mario mi cartero con una alegría desmesurada.
Después de Internet, las vueltas de la vida -sumado a otros carter@s en el medio en diversos lugares- hicieron el mismo Mario sea quien reparte las cartas por mi barrio, y yo lo siga viendo con alegría.
La relación estrecha teníamos en épocas añejas continua igual, y yo tengo el privilegio de que el recibe mis cartas sin tener que ir a la oficina a depositarlas… y él de tener una vecina que le da jugo o agua si tiene sed.
En mi inconsciente siempre que le veo me ilusiono, aunque ya no espero la de cartas de antes… de hecho hoy en día la mayoría de lo que me trae son facturas de pago.
Pero aun así… yo recibo aun algunas pocas cartas a través del correo y me gusta también mandarlas (me gusta mucho)…
Y si bien no es práctico porque añade un tiempo desmesurado entre el envío y la recepción, es más costoso e incluso contamina… también genera un encanto entorno a la sorpresa, y le agrega el tacto y la belleza del toque personal a un papel pintado por unas letras…
Es un hábito no quiero perder… que me resisto a perder… pues me parece extremadamente bello el “cartearse”…