Voy caminando… me meto por lados donde no suelo pasar… pero tengo un destino… y sé que todos los recovecos de las callecitas me llevan al mismo.

Cuando llego a la arena, tomo conciencia de que estoy con mi ser en exclusiva… solo diviso un ave “alta”… que se asusta con mi paso y al sobrevolarme capto se trata de una extraña y solitaria cigüeña.

Mi única disyuntiva es si me dedico a escuchar el sonido del mar o mi música… me pongo y me saco los auriculares… hasta que decido guardarlos en mi bolsillo… es que mi música será fantástica pero cómo voy a estar situada en ese instante si no estoy con su sonido también?

De tanto y tanto miro hacia el mar… como deseando el universo me regale una aparición fuera de época… como que salte alguno de esos maravillosos seres que frecuentan nuestras costas más cerca de la primavera… mientras lo deseo pienso en algo me ha dicho un amigo la noche anterior… que no recuerdo exactamente la frase pero sí el sentido: “que no sea probable no quiere decir que sea imposible”.

Camino y camino sintiendo que atravieso una gran serenidad mezclada con una gran dosis de ansiedad… serenidad que me permite parar y disfrutar mi tiempo… y ansiedad de la buena… por la de cosas tengo en mente para hacer de sueños se han ido concretando, proyectos que se avecinan, ideas que tocan formas, pasiones que están siendo…

No sé… no sé… no sé mucho de nada… de nada mucho sé… pero sí sé que estoy sobre mis pies muy bien parada y agradecida a la vida por lo que me regala, por las personas que me dan luz y me permiten brillar, por los paisajes que me inspiran para poder con mi granito de arena contribuir hacia un Mundo mejor… y por supuesto… por la capacidad de poder caminar una mañana de otoño de un día entresemana en “mi” playa.