Me desperté al alba… y con hoy llevaba dos noches casi sin dormir… me levanté, muy despacito me fui a duchar… y salí a caminar.
Lo primero que vi fue a “ese” ombú… fuerte recuerdo, fuerte misterio… hoy ya con hojas, no muchas pero si algunas… ese ombú testigo de una conversación mía… solo mía… un día mi corazón no daba crédito de la felicidad que sentía… ese ombú que ese día estaba “desnudo” y pensé sin vida… hoy me mostraba que salió adelante.
Seguí caminado, vi la lagunita, los caballos me miraban todos, a la izquierda “la entrada”… esa entrada que jamás olvidaré.
Tomé la ruta, era tan temprano… sería peligroso andar sola a esa hora… no lo sé… seguramente sí… tome a la derecha… pero de repente… decidí cambiar de rumbo, bajar al sur… me crucé de banquina… y emprendí decidida… sin saber qué iba a hacer pero sabiendo que iba a hacer algo.
Pasé las dos grandes curvas a las que temo tanto cuando manejo, cuanto más miedo me dieron caminando… solita dentro de ellas… las pasé.
Había olor a incienso y los pájaros era como si me acompañaran… no sé si tenía frio o tenía calor… había bastante viento… no sé si era yo o si era una parte de mi… pero se fusionaron tantas cosas (circunstancias) en ese instante…
…
Ya de regreso, sin una lágrima en mi cara, sin idea alguna de donde estaba parada… sí me sentí “yo”…
De pronto empezaron a caer gotitas del cielo… el cielo… por qué se le ocurriría llover justo ahora… y lo miré… “ahora no por favor”… «no me hagas sentir desolada y perdida en este momento en este camino bajo la lluvia«… y como por arte de magia… dejaron de caer las gotitas… y yo sentí a Dios conmigo.
Y así… continué caminado… y apareció la portera, la “entrada”, la lagunita, los caballos tostados… subí la pequeña ladera y me senté debajo del ombú… sintiendo como pasa la vida… sintiéndome vivir en ella.