El día de mi cumpleaños me regalaron algo absolutamente personalizado que me encantó… por su utilidad, porque no era comprado, por su textura y también por su colorido.
Quien me la regaló, además, fue cuidadoso hasta en el bolso donde la guardó, y tuvo la precaución de traer lo necesario para “armarla” en mi casa.
Pero… pero… no la puso en el lugar correcto… y por ende no pude usarla…
Llamé a un herrero porque me sentí que estaba fuera de mi alcance el engancharla a la pared… nunca vino por más que lo llamé cada semana…
Pasó un mes y llamé a otro herrero, éste me pidió una foto de la pared, se la mandé y me sugirió lo que debía de comprar en la ferretería.
Fuí a la ferretería, compré lo necesario y le pedí a mi padre el taladro, quien se negó a dármelo y me dijo que él me lo pondría…
Pero… pero… pasaron los días y las semanas, y pese a mis reiterados pedidos no vino a hacerlo…
El sábado pasado decidí guardar la hamaca en mi ropero… por varias razones… en definitiva “la esperé tres meses”…
Y fui así, cuando de la manera menos esperada hoy cayó en casa Papá con el taladro…
Y viendo la situación me dijo, “cuan errada estas tu”, “el herrero” y “quien te colocó la cuerda aquí”… esto es muy simple….
Y en el lapsus de cinco minutos solo cambió de viga a la cuerda que sostendría la hamaca a la reja… y así yo pude zambullirme en ella.
…
Acaso no pasa que a veces a lo simple le damos tantas vueltas sin verlo, solo pensándolo, que lo transformamos en complicado… y así lo perdemos en su naturaleza (la hamaca adornó un sillón en vez de aguantar mi peso y mover mi cuerpo) y corremos el riesgo incluso de desmotivarnos por la incapacidad de ver la verdadera esencia….