Lo había vivido sabiendo que era temporal, incluso aún más temporal que lo temporal, que en definitiva lo es todo.
Había agradecido cada flor, cada luna, cada buen día y cada buenas noches… pero siempre sabiendo que atrás de ellas un día, de forma para mi repentina, irían dejando de llegar.
Por eso, aún en los instantes más lindos, siempre sentí un dejo de tristeza, y varias veces lloré para mí… porque a esta altura de la vida uno bien sabe cuánto de uno (o del otro), es en atención a nuestras (sus) circunstancias…
Siempre supe que un día iba a dejar de haber un mañana, pero que aún así, si ese mañana dejaba de existir, seguramente lo fuera porque la realidad era absolutamente improbable para mantenerlo.
Y así fue como poco a poco las cosas fueron cambiando… la primera vez que fui consciente sentí una gran punzada en el pecho, me dolió mismo… luego cada vez, cada pequeño cambio, me dolió un poquito menos… pero también cada cambio generó en mi algo… y por ende, yo también cambié.
Y si bien en cierta manera me fui preparando desde el principio… por más preparación que uno tenga, jamás nunca esta perfectamente preparado.
Me regaló unos instantes maravillosos, la percepción de la finitud de las cosas con la conciencia de que se van pronto, el convencerme de que nada es perfecto porque siempre va a faltar algo para que sea perfecto, muchas sonrisas, y muchas sensaciones mágicas.
Me duele, claro que sí, muchísimo, y si de mi hubiera dependido lo hubiera mantenido de por vida…
Aún no resuelvo si es mejor despedirme… o si me hago la distraída y hago de la cuenta de que el hecho de que todo se diluya es normal… o si simplemente no hago nada y lo dejo librado a lo que pueda suceder más allá del tiempo.